“Decidle al duque de Enghien
que agradecemos sus palabras, pero este es un tercio español.” Alatriste
Bajo esta premisa me
aventuraba a correr en la carrera por montaña más importante del mundo. El
Ultra Trail del Mont Blanc: de las más duras, la más mediática y la que suele
recoger a los mejores corredores de todo el mundo. Sólo acceder a ella, ya es
un reto de por sí, pues necesitas obtener puntos clasificatorios en otra serie
de carreras de ultrafondo, además de ser elegido en un sorteo por la cantidad
de corredores que cada año desean participar. Por eso en enero cuando fui
elegido, la ilusión fue enorme y la responsabilidad de llegar a la línea de
salida con la mejor forma física y mental posible también. Este año, toda la
planificación de mis entrenamientos y carreras se han enfocado a un objetivo
principal: el Ultra Trail del Mont Blanc. Muchos han sido los kilómetros
recorridos, muchos los entrenamientos bajo el frío, la nieve y la lluvia y
también algunos bajo las estrellas y el calor. Por ello llegaba en las mejores
condiciones posibles y con gran confianza en mí mismo y en mis posibilidades.
Perfil de la prueba
Llegamos a Chamonix la tarde
anterior para recoger el dorsal y la bolsa del corredor. El ambiente
era espectacular: directamente te sumerges en el corazón de los Alpes con miles de
personas de diferentes nacionalidades unidas por la misma afición, en un lugar
mítico donde la montaña es protagonista, teniendo el Mont Blanc en lo más alto
como referencia y rodeado de majestuosos picos y frondosos bosques. La organización,
perfecta y meticulosa, cuidando todos los detalles para hacer de esta
experiencia única e intentando que no se deje nada al azar. Consta resaltar que
el proceso de recogida de dorsal dura unos veinte minutos mientras te lo dan,
verifican el material obligatorio, comprueban tus datos, etc.
En Chamonix con el Mont Blanc de fondo
Chamonix, cuna del alpinismo
Los corredores más importantes también se encuentran por allí, y tengo la suerte de ver por la calle a atletas de la talla de Anton Krupicka, Nuria Picas o Timothy Olson. La humildad de estos superatletas y la posibilidad de poder compartir con ellos experiencias y estar en la misma línea de salida son unos de los factores que diferencian este deporte de otros y que logran enganchar al deportista amateur. Tras disfrutar del ambiente, toca retirada al hotel para descansar lo máximo posible, aislándose del bullicio de las calles y aunque el cuerpo te pide quedarte, hay que descansar para afrontar la dura prueba que se nos presenta.
Tras superar algunos nervios
consigo dormirme a medianoche. A las 9 de la mañana me levanto para desayunar y
acumular fuerzas para luego intentar dormir otro par de horas, aunque sin
éxito. Tengo muchas ganas de que comience ya la carrera y los nervios se transformen
en fuerzas para llevarme en volandas por el recorrido. Así pasan las horas
hasta las 4:30 de la tarde, momento en que el que tiene lugar la salida de más
de 2400 corredores que sólo tienen un objetivo: disfrutar recorriendo 168
kilómetros alrededor del Mont Blanc en un tiempo máximo de 46 horas.
En la línea de salida, minutos previos al comienzo
En la salida me sitúo
bastante atrás y pasamos los minutos previos con nervios y escuchando al
animador y la música. Así hasta que suena el tradicional "Conquest the Paradise"
de Vangelis en los minutos previos y desatar la locura de todos. La salida se
produce lenta por atrás, andando durante un kilómetro pero disfrutando
muchísimo del ambiente. Ya se escuchan los primeros ánimos del público para los
valientes de este 2013 y la salida de Chamonix es un baño de masas que los
corredores aceptan con agradecimiento, como premio de lo que les queda por
delante. Los primeros kilómetros se suceden alternando el asfalto con pistas
forestales entre casas y bosques siempre junto al caudaloso río Arve. Poco a
poco voy adelantando posiciones con un trote tranquilo, que avance pero que no
canse, en los 8 kilómetros de llano que tenemos hasta la localidad de Les
Houches.
Imagen previa a la salida de la UTMB
A partir de aquí comienza la
primera ascensión de la carrera. 7 kilómetros de subida que nos dirigen al Col
de Voza y en la que ya hay que sacar los bastones y ponerse el mono de trabajo.
Las subidas aquí son muy largas y constantes por lo que es fundamental tener un
buen ritmo de marcha, pero que no te genere demasiado gasto energético. En
mitad de la subida me doy cuenta que no llevo conmigo la hoja de ruta y el mapa
que preparé tan a conciencia las semanas previas; pero no me desespero, es un detalle
menor que hay que solventar con buena memoria y paciencia. Es importantísimo en
carreras largas como estas, el saber gestionar bien las incidencias que vayan surgiendo.
Tras coronar el puerto nos
espera una empinada bajada por una estación de esquí hacia Saint Gervais. Será
en las cuestas abajo donde habrá que echar el freno y no dejarse llevar por la
emoción, pues luego pasará factura a medida que vayan transcurriendo los kilómetros.
Ya en el pueblo hay muchísima gente animando gritando tu nombre (aparece en el
dorsal), niños por todos lados chocándote la mano y los tradicionales mensajes
de ánimo: “allez, allez”, “courage” o “bravo”.
Paso por Saint Gervais
Pasan las tres primeras horas
de carrera y me siento muy bien, como si acabara de empezar, por lo que
continúo trotando suave durante la subida al pueblo de Les Contamines situado en
el kilómetro 31. Aquí se encuentra el primer gran avituallamiento donde puedes
encontrar de todo: barritas, dulces, fruta, chocolate, bebidas de todo tipo y
un caldito de fideos que a mí me dio la vida durante toda la carrera. Llego
casi de noche así que decido colocarme el frontal y abrigarme un poco con una camiseta térmica. Es mejor pasar calor y asegurarse siempre ir bien abrigado
porque la montaña siempre te puede jugar una mala pasada.
Poco más adelante comienza la
subida más larga de la carrera que nos llevará por encima de los 2400 metros de
altura en el refugio de la Croix du Bonhomme. La primera parte sigue siendo por
pista forestal (los primeros 35 kilómetros los hacíamos por caminos anchos para
que no se produjeran excesivos atascos) hasta La Balme, donde nos esperan con
unas luces especiales y algunas candelas que calientan al pasar. Como en la
ascensión anterior, cojo un ritmo cómodo pero constante que hace que poco a
poco y paso a paso me encuentre más cerca de la cima y vaya dejando atrás a más
compañeros. La música de mis cascos y la oscuridad de alrededor me aíslan de
todo y hacen que me concentre sólo en avanzar. La bajada hacia Les Chapieux
pasa rápido por lo bonito y entretenido del sendero, que entre zig-zags y pasos
de arroyos por puentes de madera te dirige de nuevo hasta los 1500 metros de
altitud.
Les Chapieux (imagen de día)
Allí me hacen control de
material obligatorio que paso sin problemas y, ¡sorpresa!, una orquesta está
animando la velada y en ese momento se ponen a tocar el “Qué viva España” de
Manolo Escobar. Bromeo con los del avituallamiento por la canción (casi me
arranco a bailar un pasodoble) y salgo en un grupo de cuatro hacia la carretera
asfaltada que nos llevará a la siguiente subida. Charloteando en inglés con
ellos, vamos pasando los kilómetros hasta que de nuevo el sendero se empina
para hacernos llegar al Col de la Seigne. En este punto ya superaremos los 2500 metros de altitud.
Desde abajo, podemos
vislumbrar una interminable fila de luces que zigzagueando se alzan por la
ladera de la montaña perdiéndose en las sombras para unirse con el tenue brillo
de las estrellas. La imagen es sencillamente espectacular, igualmente que la
observada desde arriba de la montaña hacia abajo, kilómetros más adelante. A
pesar de esta bella imagen, el ascenso se me hace interminable por los dolores
cervicales e incluso los mareos que empiezo a padecer, consecuencia de correr
tantos kilómetros con la mochila subiendo y mirando hacia adelante. Hay
momentos en los que me llego a asustar por la pérdida del equilibrio y por el
peligro de que mi carrera pudiera terminar a consecuencia de este problema. Sin
embargo, la bajada a Lac Combal hace que el cuello descanse y me recupere. El
sendero aquí es cómodo y desciendo corriendo sin dificultad, ya en terreno
italiano.
Bajada del Col de la Seigne hacia Lac Combal (de día)
En Lac Combal vuelvo a tener
otra pérdida de material, en este caso el vaso de plástico con el que puedes
beber en los avituallamientos. Pierdo diez minutos buscándolo pero no hay manera,
así que decido continuar y pensar una solución más adelante. Son las tres de la
mañana y en el valle comienza a hacer frío. Me abrigo completamente con el
cortavientos, los guantes y un buff para el cuello y afronto la “corta” subida
a Areté du Mont Favre sin bastones y mirando hacia abajo para descansar el
cuello. La próxima bajada será bastante larga y nos llevará hacia Courmayeur,
teniendo que descender 1200 metros de altitud. La primera parte es cómoda y
sigo a buen ritmo. En el avituallamiento de Col Chécrouit puedo ver en una
pantalla de televisión mi puesto en carrera: 292 y me sorprendo bastante, para
bien. Sabía que había adelantado a muchos compañeros y que llevaba un buen
ritmo pero en ningún momento llegué a pensar en ir tan bien situado. La segunda
parte de la bajada es muy, pero que muy empinada con zonas de peligro muy
expuestas. A pesar de ser de noche, intuyes los barrancos junto al sendero, que
en un enrevesado zig-zag baja vertiginosamente entre escalones de maderos,
raíces y tierra removida.
De esa forma llego a
Courmayeur, punto importante de la carrera a las 5:30 de la madrugada con una
hora de adelanto sobre mi mejor tiempo previsto, sin problemas físicos graves
(salvo el dolor cervical) y con la moral intacta. Allí me reencuentro con Ali,
que me ayuda a cambiarme, me anima, me masajea el cuello y me cuenta que voy
muy bien y que todo el mundo está muy orgulloso de mí por cómo están saliendo
las cosas. Me he cambiado los pantalones y me he calzado las Hoka One One que
me darán la amortiguación extra para no que no sufran tanto las articulaciones.
En el avituallamiento me como un buen plato de pasta y salgo con una alta
motivación por haber estado con Ali, saber que estoy casi a mitad de la prueba
y que pronto amanecerá.
En el avituallamiento de Courmayeur
Con esa confianza afronto la
dura subida al refugio de Bertone. De nuevo un duro e interminable zig-zag por
una escarpada ladera, pero esta vez con unas ganas enormes. Voy subiendo
mientras comienza a clarear y se vislumbran las montañas junto al precioso
pueblo de Courmayeur. Varios corredores vienen de vuelta, sin duda para
retirarse en el puesto de control anterior. Cuando llego arriba, me tomo un
café en el refugio Bertone viendo ya perfectamente el valle de Aosta bajo mis
pies y arriba frente a mí, el imponente Mont Blanc. Sin duda, la imagen más
bonita que recuerdo de esta carrera, y que en ese momento me da una motivación
extra para que comience a correr y correr por una altiplanicie que nos dirige
al refugio Bonatti. Mientras tanto, adelanto a muchísimos corredores y el Sol
se planta en las cumbres más altas de los Alpes. Imágenes espectaculares
que quedarán grabadas en mi retina para siempre. Glaciares, arroyos, tajos y
crestas son los elementos que las adornan.
El Mont Blanc desde refugio Bertone, amaneciendo
Con estas vistas, es imposible no motivarse
En el mítico refugio Bonatti, de nuevo me tomo un reconfortante caldito, me avituallo bien y continúo hasta bajar al valle, a Arnuva. Aunque se intuye un día estupendo aún hace frio, y conservo todo mi abrigo por si las moscas. He pasado el ecuador de la prueba y me encuentro muy bien. Con esta perspectiva, encaro la mítica subida al Grand col ferret, el punto más alto de la carrera, donde tantas veces vi pasar en videos a la gente sentado en el sofá de mi casa: ahora me toca a mí, no quiero perdérmelo por nada del mundo. Comienzo tranquilo y lento, pero sin pausa. La gente va muy justa aquí y hay quien se para al lado a descansar o a meditar la retirada. Como lo hagas, caes. La cima se ve muy alta desde abajo aunque poco a poco se avanza. Cabeza abajo, música, ritmo y a seguir. Me imagino subir el Torrecilla, desde la cara de Tolox, siempre subiendo y la cima alta a lo lejos. El Sol empieza a darnos a los corredores en el lomo y eso nos reconforta del aire fresquito que aún sopla. Corono aún con fuerzas sabiendo que estoy a mitad de carrera (a tiempo de carrera me refiero) y me acuerdo de mi amigo Pedro Cruzado. Se quedaba corto al hablarme tantas veces lo bonito de aquello, lo especial de alcanzar aquella cota. A un lado Italia y a otro Suiza. Rodeado de escarpadas montañas que parecían no tener salida posible.
Cara italiana desde el Grand col ferret
La siguente bajada era la más larga del UTMB, no muy pronunciada pero si muy constante; pasando de 2537 metros de altitud a mil y poco en 20 kilómetros de recorrido. Apoyándome en los bastones para evitar el desgaste muscular y articular y adoptando un ritmo cómodo comienzo la bajada por un sendero, a veces muy expuesto, con unos cortados impresionantes bajo mis pies que hacen pegarte lo máximo posible al talud superior del camino. Los primeros kilómetros los hago con un francés detrás, él me entretiene parloteando en inglés y yo le marco el ritmo.
Aunque desde que amaneció
comencé a beber bastante pata evitar el riesgo de deshidratación, en los
últimos kilómetros, desde Arnuva, me he olvidé de comer correctamente. Me entró
una buena pájara allá por el kilómetro 105, pudiendo sólo andar a duras penas.
Rápidamente me comí dos barritas y varios dátiles de urgencia que llevaba en la
mochila y aun sin fuerzas no pare de andar. Hacerlo quizás hubiera supuesto un
duro golpe para mis aspiraciones de terminar la prueba. Afortunadamente pasé ese
mal momento en unos 15 minutos, y quedando sólo dos kilómetros para La Fouly vuelvo
a correr de nuevo. Allí me alimento bien, bastante, acumulando fuerzas otra vez para
continuar la bajada corriendo junto con dos que me marcan ritmo. Voy tan bien
que incluso me voy solo hacia adelante. La bajada continúa pegada a un río del
valle primero y luego sobre un sendero que va por un escarpado terreno con
barrancos imponentes. Me acompaña ahora un simpático alemán con el que hablo en
inglés. El tiempo se pasa rápido si vas entretenido y hasta ahora la música y
las conversaciones han jugado un papel fundamental en mantener la cabeza
ocupada. En ningún momento se me ha pasado por la cabeza la retirada y los
malos momentos he sabido, hasta ahora, solventarlos correctamente.
La subida a Champex es
relativamente corta pero a mí se me hace particularmente larga. No la esperaba
tan dura y a esto se une un calor considerable y la fatiga acumulada. A partir
de aquí, las piernas no empiezan a estar todo lo bien que debieran. Sin duda,
la larguísima bajada anterior le ha pasado factura a mis músculos. En champex
vuelvo a encontrarme con Ali y hago un descanso largo de 30 minutos mientras que
me da ánimos y me ayuda a prepararme para el último tercio de carrera. Cambio
de camiseta, voltaren para el cuello y plato de pasta para el estómago. Ya se
notan las caras de cansancio en todos los corredores y siguen sucediéndose las
retiradas. También veo a otros que no aguantan el cansancio y deciden hacer un
alto en el camino, dormitando un poco. Yo decido seguir para adelante y no
enfriarme demasiado.
El pueblo de Champex se
encuentra junto a un lago en el que entran ganas de bañarse por el
calor de las horas, pero hay que seguir. Ahora toca la fuerte subida a Bovine. Tras
extraviarme un rato junto a otros por un camino equivocado, llegamos a la base
de una montaña preciosa por la que discurre un sendero bajo bosques de abetos,
helechos, musgos y otras plantas que invaden la zona de verdes de diferentes
tonalidades. A mitad de subida me encuentro con Antonio Mudarra, que viene
remontando, toda una leyenda viva de las carreras por montaña de Andalucía que
corría por cuarta vez por estos lares. Finalmente nos topamos con las vacas
pastando a poco de coronar y comenzar un pronunciado descenso que nos llevará a Trient,
con un sendero lleno de piedras y raíces que dificultan el paso. En este momento, comienzan realmente mis problema musculares. Ya en la subida los
notaba, pero ahora bajando, los cuádriceps van al límite, duros como piedras. Me
apoyo en los bastones y alterno el trotar con andar. Aguanto el dolor como puedo,
pues como diría el otro “no queda sino batirse.” Abandonar no está en mi mente
y puestos a elegir, prefiero sufrir corriendo que andando, que por lo menos
llego antes.
Aún así, el paso por Trient lo
hago más tarde de lo planificado en Champex y un poco mal de ánimo. Es el peor
momento de la carrera. Ali ya se encuentra allí, hablar con ella me reconforta.
Quedan 29 kilómetros hasta la línea de meta y los divido en dos partes. Llevo
139 kilómetros y 25 horas encima y sé que hay que terminar cómo sea. Me tomo un
paracetamol, para aliviar el dolor muscular.
Avituallamiento de Trient
Llegada a Trient, con mala cara
La primera parte del final
son los 10 kilómetros que quedan para el próximo avituallamiento con la subida
a Catogne de por medio. Subiendo voy bien dentro de lo que cabe, lento pero sin
pausa, a ritmo sin parar un instante. De nuevo es muy bonito el terreno que
pisamos, con un verdor que impresiona y rodeados de naturaleza al 100%. Casi
hora y media de subida para coronar y otra vez empieza lo duro: bajar. Es
aquí donde la fortaleza mental debe hacer andar al cuerpo sea como sea. Incluso
en algunos tramos sin muchas dificultades me atrevo a correr. El paracetamol
hace algo de efecto y sé que todo el tiempo que me pueda quitar durante el día
no tendré que sufrirlo de noche. La bajada es larga pero ya estoy en
Vallorcine, en el mismo valle de Chamonix. La gente de nuevo anima mucho, hay
muchos seguidores con los gritos de “allez, allez”, “Courage” o incluso
españoles gritando “¡vamos!, que ya lo tienes.” Aquí paro muy poquito, para no
enfriar las piernas. 6 minutos me bastan para comer, beber, reponer fuerzas, preparar
el frontal y el cortavientos.
Desde Vallorcine hasta
Chamonix nos quedan 19 kilómetros. Ya se sabe, que antes o después, llegaremos.
Que tenemos la gloria ahí mismo y que por muchos que sean los problemas, el
éxito está casi asegurado: sólo queda rematar la faena. Los primeros kilómetros
tras el pueblo se tratan de falsos llanos pegados a una línea de tren en los
que alterno el correr con andar. Como digo, sólo es en las bajadas donde me
duelen tanto los músculos. Así llegamos a la base de la última gran subida: la
Tete aux Vents. Y anochece. Las lucecitas de nuevo se pueden observar en una
espeluznante zigzag hasta los alto de la montaña. Serán 750 metros de desnivel
positivo en unos cuatro kilómetros. Una auténtica bestialidad para la paliza
que le llevamos metida al cuerpo. Vamos sorteando escalones de piedra y de
madera alternados con duras rampas de tierra donde también quedas muy expuesto
a los precipicios. El cansancio te juega malas pasadas e incluso con bastones
podrías desequilibrarte y caer, hay que tener mucho cuidado en estos momentos. La
subida era realmente interminable, no tenía fin. Tras un tajo aparecía otro
más, y luego otro más…
Cima de la Tete aux Vents (de día)
A pesar de ello, conseguí
pasar por el puesto de control que tenían montado dos hombres en mitad de
aquella mole de piedra con el frío y la oscuridad de la noche en los Alpes.
Sólo quedaba bajar durante 11 kilómetros, pero ¡qué bajada! El primer tramo
hasta la estación de esquí de la Flégère no era muy empinado pero sí técnico.
Un sendero con muchas piedras y salientes hacía que me dolieran mucho las
piernas, por eso de ir esquivando y saltar de una piedra en otra. Me
adelantaban grupos de corredores pero no me importaba. Sabía que había hecho
una carrera impresionante y que a pesar de todo iba a estar situado dentro de
los doscientos mejores corredores de la mejor carrera de ultrafondo del mundo.
Algo al alcance de muy pocos. En el avituallamiento de la Flégère aproveché
para tomar otro delicioso caldito que preparaban los franceses mientras
bromeaba con dos voluntarios sobre la carrera. El buen ánimo de nuevo se
instaló en mí. 7 kilómetros de bajada nos dirigían directos hacia Chamonix, la
meta que había soñado traspasar durante todo un año. Muy abajo, en el valle, ya
se veían las luces de la mítica ciudad de los deportes de invierno y cuna del
alpinismo. Primero por una pista de esquí y luego por un sendero lleno de
raíces de pinos nos dirigíamos hacia allí. A esa altura, ya iba teniendo alguna
que otra “alucinación” viendo en piedras, árboles y sombras todo tipo de
figuras: personas sentadas, pelotas de fútbol o sillas. Son espejismos que se
mostraron ante mí.
Pero ya nada me podía
detener: iba disfrutando de lo conseguido, asimilando la proeza, analizando la
gran carrera que había realizado. Y además, iba a conseguir bajar de las 32
horas, algo que ni en mis mejores sueños había pensado. Llego a Chamonix y me
pongo a correr pasando por el arco del último kilómetro. Varias personas te van
felicitando por la calle: “ya lo tienes”. 500 metros, veo a Ali y me da la bandera
de Yunquera con sus dos pinsapos; esos que representan los lugares por donde he
pasado tantas veces, por donde he corrido tantas horas para llegar a donde
estoy ahora, mi sueño de tantas noches. Llego a la recta de meta aclamado por
el público, chocando la mano de aquellos que te miran como si fueras un
guerrero que viene de la dura batalla. Entro por la meta con una sonrisa,
llevando a mis espaldas el pinsapo, símbolo de la Sierra de las Nieves y que
desde ahora tendrá un hueco en los majestuosos Alpes. Yo también me llevo un
pedacito de los Alpes para la Sierra de las Nieves, algo que nunca olvidaré.
Llegada a Chamonix
El momento tan esperado